sábado, 23 de octubre de 2010

EN NÚÑEZ Y BELGRANO, 1984

    Después de leer el libro 1984,  novela del apodado George Orwell (Eric Brair), me pregunté qué podía tener en común con este blog que dedica sus humildes actualizaciones a conocer un poco más sobre la Ciudad de Buenos Aires.
    Algunas ideas se desprendieron rápidamente:

    Si en aquella sociedad ficticia que plantea el autor había represión y manipulación de información, en Argentina había un reflejo clarísimo, situado a fines de los '70 y principios de los '80.
    Decidí compartir con ustedes un texto que escribí hace dos años y busca, en principio, conocer una "historia detrás de la historia" y además mostrar cómo un "líder", al igual que el Gran Hermano, puede vigilar, perseguir y aniquilar a gusto y piacere. Para Winston Smith era un riesgo mortal encontrarse con Julia y para los argentinos, el sólo hecho de encontrarse reunidos los podía convertir en subersivos conspiradores, que podían ser vaporizados



    En estas líneas, al igual que en las de Orwell, se hará referencia al "patriotismo" utilizado como una herramienda de estupidización, así como en los Dos Minutos de Odio de la imaginaria ciudad de Londres.

(El texto fue escrito en el marco de la conmemoración del 30º aniversario del Mundial de 1978)

FERNANDO VIETRI

La Hinchada del Mundial


El 24 de Marzo de 1976 la Junta militar tomó las riendas del país, dando comienzo al más aberrante acto genocida de la historia argentina. Exilios, torturas, desapariciones y asesinatos se combinaron con la algarabía popular tras el título mundial de la Selección en 1978.

Los militares impusieron el terrorismo de Estado, apoderándose de muchos organismos democráticos y censurando cualquier participación popular. Este "Proceso de Reorganización Nacional" dejó más de 30 mil desaparecidos y fue un movimiento que buscó desarticular la lucha popular organizada para imponer un plan económico a cuenta de fusilamientos, torturas y represión desmedida. En este contexto, Argentina fue anfitrión del Mundial '78.

Existen versiones que vinculan la elección del país como sede con el secuestro del hijo de un diplomático brasilero. Al parecer el presidente de la FIFA pidió la intervención del titular del gobierno de facto, Jorge Rafael Videla, para evitar un conflicto bilateral y a cambio le otorgaría la localía del Campeonato Mundial. Esto le daba la posibilidad de desviar la atención del pueblo y limpiar la imagen internacional que estaba quebrantada por el constante cuestionamiento sobre las violaciones de los derechos humanos.

No es casualidad que el futbol haya sido utilizado como elemento fundamental de distracción: los militares tenían en claro que era el único motivo que unía por completo al país, sin diferenciar clases sociales o divergencias políticas, y que además potenciaba el patriotismo a niveles inimaginables. Así fue que, paralelo al gran delito de lesa humanidad más grande de nuestra historia, recibimos por única vez el evento deportivo más importante del mundo y festejamos hasta el cansancio.

Fernando Vietri tenía 19 años cuando Videla inauguraba el Campeonato en el Estadio Monumental, al ritmo de la marcha militar. Fue parte de la "Hinchada del Mundial", resultado de una fusión entre los barra brava de San Lorenzo, Deportivo Riestra y Chacarita. Esta unión, promovida por el periodista José María Muñoz, presenciaba todos los partidos y contaba, al igual que las hinchadas de hoy en día, con ciertos privilegios para conseguir entradas y trasladarse a los estadios. Si bien estos hinchas tenían buena relación, no existía una unificación para los cantos de aliento; como cada grupo tenía sus propias canciones optaban por cantar solamente los temas que el resto del estadio entonaba.

El hermano de Fernando frecuentaba un bar en Avenida La Plata y Chiclana (barrio de Pompeya), donde se juntaba con hinchas de San Lorenzo. Éstos decidieron incluir a Fernando en la lista de personas que ingresarían gratis a todos los partidos.

Los micros que trasladaban a este gran grupo de fanáticos salían de la sede de Deportivo Riestra e iban encabezados por militares vestidos de civil. El gobierno les proporcionaba el traslado y las entradas gratis, junto con una remera blanca con el logotipo del conocido gaucho del '78 que los identificaba como "La Hinchada del Mundial".

Fernando recuerda el fervor del hincha argentino, que no miraba más allá de lo que sucedía frente a sus narices. Por esos días, no existía otra preocupación que no se relacionara con la pelota, la cancha y la copa. El Monumental estallaba en gritos de aliento y felicidad, mientras a pocos metros funcionaba el peor centro de tortura y exterminio, la Escuela de Mecánica de la Armada.

El hincha de entonces, un poco menos influenciado por drogas y comportamientos vandálicos, tampoco podía apaciguar el fanatismo desmedido. Ese hincha es el que festejó un dudoso 6-0 frente a Perú y el que no se preguntó que ocurría con el país mientras los papelitos y las banderas cubrían todo. Fernando asegura que se sintieron usados, que con el correr del tiempo pudo darse cuenta de que el Mundial fue utilizado para cubrir las atrocidades del gobierno militar. "Yo tenía 19 años, mucho no me daba cuenta, pero después cuando me enteré de todo lo que pasaba me dio mucha bronca. Era muy poca la gente que se daba cuenta de lo que estaba pasando", recuerda Fernando.

  

El festejo de la gente, quizá inconciente e inocente, fue una manera de pausar la opresión, de volver a la calle y tener derecho a gritar, a expresarse. La mayoría de los argentinos no tenían conocimiento de lo que sucedía en los centros de detención clandestinos, pero sí sabían de las censuras y el estado de sitio. Sabían que estaba expresamente prohibida la actividad política, la deambulación nocturna y el pelo largo en los hombres. Se sentían oprimidos y de algún modo necesitaban descargarse, expresando la alegría que nos regala el fútbol. Esa alegría que no se pregunta ni cómo ni por qué.

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