sábado, 18 de septiembre de 2010

VAYAS A DONDE VAYAS

    Al terminar la nota sobre el Bingo de Caballito, al que he concurrido en varias oportunidades y puedo certificar que no respeta la ley antitabaco, me puse a pensar en cuántos lugares frecuento en la semana que infringen esta ley. 
    Desde hace varios años, fin de semana tras fin de semana, mi grupo de amigas y yo concurrimos al mismo boliche. Por cercanía, por la seguridad de encontrar amigos del barrio o por la entrada con descuento que recibimos, pasamos más de la mitad de los sábados del mes ahí adentro. 


    Es casi un ritual, una costumbre. Cada vez que nos proponemos cambiar de destino algo sucede. "Me dijeron que ese lugar al que quieren ir es muy caro", "Es muy lejos", "Tenemos que pedir varios taxis y se va a hacer tarde", son algunas de las hipócritas excusas que usamos cuando no tenemos ganas de caminar más allá de las diez cuadras que exige este sitio.


    No voy a dar el nombre del lugar, porque desde que tengo 15 años lo convertí en mi boliche de cabecera y así como sucede con un ser querido, lo aprecio con defectos y virtudes. (Un poco exagerado, ¿no?).


    En fin, desde que la ley antitabaco entró en vigencia mis amigas han mal gastado decenas (o centenas) de cigarrillos al ser alumbradas por un puntero láser. Cada vez que alguien atinaba a encender un pucho o, a escondidas, comenzaba a disfrutar de uno debía tirarlo porque parecía ser que se respetaría la ley a rajatabla. Los patovicas se encargaban de advertir y amenazar con la expulsión a aquellos que persistieran con la idea de fumar adentro del local.




    Con sensaciones encontradas, entre fastidio y conciencia social, mis amigas se acostumbraron a dejar el cigarrillo de lado o, al menos, a dar pequeñas pitaditas por lo bajo hasta ser descubiertas.


    Tras las quejas recibidas por los habitués y los nuevos visitantes del local bailable, los dueños del lugar decidieron invertir algo de dinero (no mucho) en contratar más personal de seguridad y aprovechar el primer piso del boliche para los viciosos del tabaco. Lógicamente apareció un problema: todos querían estar arriba y nadie abajo.


    La disco parecía vacía, aunque en realidad estuviera sobrepasando la capacidad permitida (otra mandada al frente, ¡ja!), y los dueños del local consideraban que no era buena prensa para una disco que venía reventando las boleterías.


    Por un lado el boliche era pionero en contar con espacio diferenciado para fumadores, pero por otro lado, la gente se acumulaba en un sitio que no estaba preparado para albergar semejante cantidad de gente. 


    Finalmente y sin el problema resuelto, el lugar decidió cerrar sus puertas por un tiempo para realizar algunas modificaciones.


    Aquellos días sin NUESTRO boliche fueron durísimos, volvieron las peleas para decidir a dónde ir (somos un grupo numeroso) y tuvimos que hacer un bollo y tirar a la basura aquellas noches en las que las agujas del reloj nos jugaban una mala pasada. Aunque todas decían que era una buena oportunidad para cambiar de aire y conocer gente nueva, en el fondo admitían extrañarlo. 


    Se empezó a correr la bola en el barrio de que el boliche había cambiado de dueños y sería lo más parecido a Esperanto en toda la Capital Federal. Las expectativas eran enormes y a medida que se acercaba la apertura del nuevo local, comenzaban a rumorearse las diferentes reformas arquitectónicas que tendía.


    Al abrir sus puertas descubrimos que lo único nuevo era una baranda que hacía creer a la gente más importante según de que lado se encontrara. (Era un V.I.P : Very Important People, en inglés). De este modo, sólo aquellos invitados "muy importantes" podrían fumar en el lugar. Lo chistoso era que lo único que separaba un sitio "libre de humo" de aquel con aire viciado era un caño, que claramente no tiene poderes aislantes. 


    Las quejas se amontonaron y la gente empezó a dejar de asistir. Por tal motivo, los dueños del boliche decidieron ignorar lo dispuesto por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y permitir que en todo el local se fume. 


    Hoy, que todavía la ley sigue en vigencia, los olvidadizos le pueden pedir fuego a los patovicas, que fuman sin problemas mientras custodian que todo funcione como debe.

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  •     ANÉCDOTA
    Ayer a la noche fui al Hipódromo de Palermo a jugar a la ruleta electrónica con mi novio. Empapada con mi repentina militancia antitabaco, me animé a preguntarle al hombre que se encargó de asegurarse que no fuera menor de edad por qué en este lugar se podía fumar.



     El señor, al que le miré la chapita de identificación pero no voy a delatar, quedó descolocado. Me causó gracia ver que miraba para todos lados como buscando una cámara oculta. (No es un chiste, así fue). Y después de tartamudear un par de veces me confesó: "No se debería fumar, pero no se puede ir contra toda esta gente que va a dejar de venir si prohibimos el cigarrillo".


    Con una sonrisa cómplice, para sacarle más información le pregunté si había algún arreglo con el Gobierno de la Ciudad. Con la voz temblorosa de nuevo y con una intento de picardía me dijo: "Por lo menos hay un salón para no fumadores".    [Fuerte ese aplauso para el Hipódromo que piensa en nuestra salud]   


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