lunes, 20 de septiembre de 2010

NOCHE VERDEAMARELA

    El sábado por la noche no había planes. Mis compañeras de hockey insistieron para juntarnos y así decidimos encontrarnos a tomar algunas cervezas.

    Entre papitas, maníes y algunos pedazos de pizza que habían sobrado de la cena empezamos a debatir qué íbamos a hacer. Sinceramente yo tenía mucho sueño y, dentro de mis intereses, probablemente la mejor opción fuera volver a casa a dormir.

    Las alternatiavas eran dos: ir a una fiesta que organizaban los jugadores de rugby de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires o ir a un evento desconocido que una de las chicas había propuesto. La única referencia que teníamos de este último sitio era que habría música estilo samba y que la entrada era gratis. (¡Cuántos puntos puede llegar a sumar esa opción cerca de fin de mes!).

    Algunas ya habían tomado partido, querían ir de cacería, como (muy) vulgarmente se le dice a quienes salen para encontrar hombres/mujeres con quienes estar. Las que querían ir hasta G.E.B.A eran cuatro y las tres restantes optaron por la fiesta. Yo estaba con los ojos cerrados, casi a punto de empezar a roncar cuando las carcajadas me sobresaltaron. (Se reían de mí, obviamente).

    Me empezaron a presionar para que decida a dónde quería ir, cuando se dieron cuenta de que la cuestión no era qué lugar elegiría sino si iba a escoger otro que no fuera mi cama. Me amenazaron con pintarme la cara si me volvía a dormir, como en los pijama-party de la infancia, y hasta me trataron de "pecho frío".

    Yo, con una sonrisa, volví a cerrar los ojos aclarando que bajo ningún punto de vista me iba a ir hasta Belgrano, entre medio de los bosques, a donde ningún taxi te va a buscar después. Y que la idea de sambar toda la noche no era mucho más tentadora que volver a casa a dormir. (¡Cuanta amargura junta por Dios!). Me terminé preguntando si realmente me estaba volviendo pecho frío y me dije a mi misma que con 21 años no podía estar tan avejentada.

    Me incorporé, me levanté del sillón y me fui al baño para despabilarme. Cuando volví las "cazadoras" se estaban yendo y yo, después de saludarlas, me dediqué a abrir una cervecita recién salida del freezer y prepararme para salir.

    "Mansión de paz donde se adora a Dios y se honra a la Patria", no es la frase más común para encontrar en la puerta de una fiesta. Era en la calle Sarmiento al 1200 y, desde afuera, nos preguntábamos a dónde nos habían traído.

    Mientras una de las chicas terminaba el cigarrillo empezamos a observar que, en dos minutos, se había armado una fila tremenda y que la gente comenzaba a pelearse por entrar. Al parecer la capacidad estaba colmada y un muchacho con una vestimenta muy particular nos vino a agradecer la buena onda, advirtiendo que quizá no íbamos a poder entrar.

    Empezamos a barajar otras opciones mientras intentábamos comunicarnos con las dos integrantes del grupo que estaban adentro, desde temprano. Ellas nos avisaron que estaba tocando una banda llamada "TOVIEN" y que cuando terminara mucha gente se iba a retirar.

    Dicho y hecho, quince minutos más tarde estábamos adentro. Yo miraba para todos lados, tratando de descifrar en dónde nos habíamos metido. "Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas", decía una placa que aumentaba mi confusión.

    Al entrar al Salón Real, lugar específico en donde se hacía la fiesta, nos dimos cuenta de que verdaderamente la entrada era gratis y no hacía falta ningún tipo de vestimenta para entrar. Se veían algunas rastas dando vueltas, pelos despeinados, ropa informal y un ambiente distendido.

    Yo seguía con sueño pero mi pie derecho empezó a moverse sin que mi cerebro le diera indicaciones, casi como por instinto al son de los timbales. Cuando me quise dar cuenta mi grupo de amigas estaba enchufado a 220, disfrutando de la música y cantando (como si entendieran algo de portugués).


    Estaba tocando Saravá, una banda de samba brasilero. Parecía ser que muchos de los que estaban ahí la conocían de antes, porque intentaban corear algunos temas y demostraban euforia en ciertos fragmentos de las canciones. Nosotras, en cambio, saltábamos y bailábamos al borde de la ridiculez.

    Pero a nadie le importaba cómo sambábamos, ni tampoco si empujábamos sin querer, la onda de la gente era excepcional. De repente, a pedido del cantante, se armó un super tren, que usualmente aborrezco en los cumpleaños de 15 o casamientos, en el que nos vimos obligadas a participar.

    A pesar de que la música era agradable y pegadiza, no puede negarse que está hecha por y para gente que tiene sangre carioca. Está diseñada para ese tipo de cuerpos que son 50% fibra y 50% ritmo. Nosotras, más cerca del Polo Sur que del Trópico de Capricornio decidimos que estabamos agotadas y era hora de irnos a dormir.
   





PD: A los que siguen el blog (si son más de 5, muchas gracias) y estuvieron leyendo esta semana les cuento que en este lugar tampoco se respetaba la ley antitabaco. (Tampoco la ley de estupefacientes, que quede claro)

No hay comentarios:

Publicar un comentario