La carpa está, la alfombra también. Hace calor, mucho calor, más del que esperaba. Quiere su récord, quiere que lo conozcan, quiere ayudar. Llegaron los medios, se pone la gorra y sonríe. Uno, dos, tres micrófonos. Muchos curiosos. ¿De qué se trata?
Hay carteles, auspiciantes, luces, flashes. Él, con una musculosa y un short bien frescos, contesta preguntas, explica su objetivo, relata su sueño. A su derecha, un reloj enorme, con números rojos, intensos, que van en cuenta regresiva. Se acerca el momento y hay que subir.
La gente se amontona, los cholulos sacan sus celulares, los periodistas se avalanzan. Rodolfo todavía está inmóvil. Va por las 24. Las va a conseguir, como sea. Quiere la plata, quiere repartirla.
¿Ya es momento? Sí. Comienza la cuenta regresiva: 5, 4, 3, 2, 1 y gritos. El aparato se enciende, sus pies comienzan a moverse y sus pulsaciones, a acelerarse lentamente.
Después de unos minutos el público comienza a dispersarse. La noche se vuelve más oscura y el calor más intenso. Aunque la carpa lo protege, la llovizna le molesta.
El reloj avanza lento, interminable. Falta tanto para las 24 que duda si va a lograrlo. No quiere sólo el día completo en marcha, quiere entrar en la historia. Quiere arrebatarle el récord al australiano Arulanantham Suresh Joachim.
Continuará...
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